De hecho, a lo largo de estos años, hubo selectividad en la amplificación que se daba a sus declaraciones. Si el Papa decía que abortar es como contratar un sicario para matar, oídos sordos. Lo mismo pasó con sus condenas a la ideología de género: “Es de las colonizaciones ideológicas más peligrosas, porque anula las diferencias”, dijo el 10 de marzo de 2023 a La Nación. En la misma entrevista se explayó: “Hay gente un poco ingenua que cree que es el camino del progreso y no distingue lo que es respeto a la diversidad sexual o a diversas opciones sexuales de lo que es ya una antropología del género, que es peligrosísima porque anula las diferencias, y eso anula la humanidad, lo rico de la humanidad, tanto de tipo personal, como cultural y social, las diferencias y las tensiones entre las diferencias”.
Muchos fingen no escuchar esto. En ciertos casos, las propias autoridades eclesiásticas de los países no se hacen eco del mensaje para amplificarlo y, sobre todo, para aplicarlo a su misión.
Pero también abundaron los dirigentes argentinos que no dudaron en robarle tiempo para una audiencia y una foto, sin hacer luego de la defensa de la vida su principal bandera. “Soy católico, pero...”, fue la patética excusa más escuchada, en boca de los mismos que luego le pedían que viniera al país.
REFORMASCon el peso de las críticas a la institución cayendo sobre las espaldas de su antecesor -lo que engrandece el gesto casi sacrificial de Joseph Ratzinger, que con su renuncia se llevó esa cruz al hombro- y utilizando el explosivo prestigio que ganó rápidamente en los primeros meses de su papado, Bergoglio avanzó en el reordenamiento interno de la curia, la transparencia administrativa y la apertura de las estructuras vaticanas para una mejor representación de la iglesia universal.
Lo primero fue la creación de un Consejo de Cardenales que lo asesoraría en el gobierno de la Iglesia, con el objeto de que “los episcopados del mundo se vayan expresando en el mismo gobierno de la iglesia”, como explicó. Un objetivo central fue el saneamiento de las finanzas vaticanas -motivo de una larga sucesión de escándalos-; decisión que no tardó en activar los lobbies a los que se había referido en la primera conferencia de prensa en el vuelo de regreso de Río de Janeiro (septiembre de 2013), cuando ante la pregunta por la existencia de un lobby gay, respondió que todos los lobbies eran “un problema”, como “el lobby de los avaros, de los políticos o de los masones”.
En torno a la reforma económica estos grupos se activaron de inmediato. George Pell, el cardenal australiano al que Bergoglio ungió como una suerte de ministro de economía y que contrató una auditoría externa para las finanzas vaticanas a fin de garantizar una total transparencia, fue víctima de una falsa denuncia por abuso -que le llevó tres años (uno en prisión) desmontar-.
Esta tarea de reforma siguió de un modo más discreto o más alejado de la atención mediática, pero no menos disruptivo: lo prueban precisamente las operaciones que cada tanto trascienden. Una de las últimas fue el intento de atribuir críticas póstumas a Francisco por parte del papa emérito Benedicto XVI, fallecido el 31 de diciembre de 2022, y con quien Bergoglio, contra todo pronóstico malintencionado, convivió de modo armónico durante casi todo su papado.
Transcurrida cierta primavera “franciscana”, volvió al ruedo el doloroso tema de los abusos, con investigaciones todavía en curso, y heridas sin cerrar. Aunque ha sido poco reconocido, fue Benedicto XVI quien reformó el derecho canónico para facilitar la expulsión de sacerdotes culpables de estos crímenes.
Esta línea fue seguida por Bergoglio, que aprobó protocolos aún más estrictos en el enfoque de estos casos. “La Iglesia -dijo- no puede tratar de esconder la tragedia de los abusos, sean del tipo que sean. Tampoco cuando los abusos se dan en las familias, en los clubs, en otro tipo de instituciones. La Iglesia tiene que ser un ejemplo para ayudar a resolverlos, sacarlos a la luz en la sociedad y en las familias”.
MENSAJE AL MUNDOTambién en el plano político la potencia del mensaje papal, a la vez que generó entusiasmo y esperanza en miles de fieles e incluso de no creyentes, empezó a suscitar resistencias.
Bergoglio es el primer papa en llamarse Francisco -inspirado por la frase “No te olvides de los pobres”, que le dijo al oído su amigo el cardenal brasileño Claudio Hummes, aquel 13 de marzo de 2013-; un nombre que es en sí mismo un programa: la denuncia de la “idolatría del dinero” y de la “globalización de la indiferencia” que caracterizan a una “cultura del descarte” que desecha a los más débiles de la sociedad. A las “víctimas del sistema socioeconómico mundial”, como dijo en su viaje temprano a Lampedusa, en el primer año de su pontificado.
Este mensaje no fue aceptado sin reticencias ni encontró siempre escucha y repetidores en un mundo en el que tantos sectores de interés se nutren del conflicto.
La posguerra fría defraudó las esperanzas de un mundo más plural, de una mayor democratización de la toma de decisiones a nivel mundial, y derivó en cambio en una intensificación de las tensiones. La competencia entre las principales potencias derivó en lo que el Papa llama la “tercera guerra mundial a pedazos”, la que se libran los poderes mundiales en terceros escenarios ante la indiferencia de muchos.
En enero de 2022, en el habitual discurso de principios de año a los embajadores ante la Santa Sede, Francisco señalaba la “crisis de confianza” que atraviesa “la diplomacia multilateral”. “A menudo se toman importantes resoluciones, declaraciones y decisiones sin una verdadera negociación en la que todos los países tengan voz y voto”, explicó. De ese desequilibrio, deriva “una falta de aprecio hacia los organismos internacionales por parte de muchos Estados”, lo cual “debilita el sistema multilateral” y reduce “cada vez más su capacidad para afrontar los desafíos globales”.
En su encíclica Fratelli Tutti, señaló la necesidad de gestar “organizaciones mundiales más eficaces, dotadas de autoridad para asegurar el bien común mundial, la erradicación del hambre y la miseria, y la defensa cierta de los derechos humanos”. Pidió “una reforma, tanto de la ONU como de la arquitectura económica y financiera mundial”, porque “una comunidad internacional debe basarse en la soberanía de todos y no en vínculos de subordinación”.
El Papa, que ha sustituido a los políticos en el discurso, no puede sustituirlos en la acción. Cuando Juan Pablo II hizo su llamado a los pueblos sometidos al sistema comunista a no tener miedo, hubo líderes que recogieron ese desafío. Años más tarde, el papa polaco no pudo frenar la segunda guerra de Irak, pese a sus denodados esfuerzos en ese sentido, precisamente por la deserción de otros liderazgos.
En los primeros tiempos de su pontificado, Bergoglio pareció también encontrar un eco desde el mundo de la política: la vigilia por la paz en Siria, la oración de palestinos y judíos en el Vaticano, los puentes entre Estados Unidos y Cuba…
Ese impulso se vio frenado en años posteriores, al menos respecto de los grandes conflictos mundiales, y el mensaje de Francisco enfrentó muchas veces la indiferencia, cuando no directamente el sabotaje.
Algunos pretenden incluso imponerle una agenda, los temas sobre los que debe intervenir y aquellos en los que debe abstenerse. Se lo critica por hacer poco. No sin hipocresía los indiferentes ante la “Tercera Guerra Mundial a pedazos” que el Papa denuncia le exigen definiciones sobre los conflictos en los que están en juego sus propios y frecuentemente espurios intereses.
Muchos agnósticos de izquierda y derecha, responsables por acción u omisión, por incapacidad, por agresión directa o por un crescendo de provocaciones, de desatar estos conflictos, increpan al Papa por su supuesta inacción.
Reclaman sólo respecto de las situaciones que tienen atención mediática o de las que creen poder sacar algún provecho; pero el Papa ha intervenido e interviene en muchos otros conflictos y crisis que generan violencia contra la población civil, represión sangrienta, desplazamiento de personas, refugiados, etc; dramas de los que muchos críticos de Francisco no se notifican. A comienzos de 2023, su viaje al corazón sufrido del África, a regiones del Congo y de Sudán carcomidas por conflictos civiles sangrientos fogoneados por terceros países, se desarrolló en la más completa indiferencia.
Sus últimos viajes, mantuvieron esta tendencia a ir a los sitios más olvidados. Incluso dentro de Europa, eligió ir a la Francia periférica: Marsella, en el extremo sur, y luego Córcega, visitada por un Papa por primera vez, la isla mediterránea es un reservorio de catolicismo en un continente descreído, y el gesto pontificio se produjo al tiempo que la elite se daba cita en Notre Dame. Francisco ofició una misa en Ajaccio con el monumento a Napoleón de fondo. Un mensaje subliminal del que la clase política argentina no se notificó...
Antes, en abril de 2023, había visitado Hungría, la oveja negra de la Unión Europea, país que no se pliega al progresismo ambiente. En septiembre del 24, hizo una gira por Indonesia, Papúa Nueva Guinea, Timor Oriental y Singapur, y un año antes había sido el turno de Mongolia.
NI LIBERALISMO NI POPULISMOEn el mismo discurso a los diplomáticos de enero de 2022, el Papa señaló otra causa de la irrelevancia de los organismos internacionales: “Con frecuencia, el centro de interés se ha trasladado a temáticas que por su naturaleza provocan divisiones y no están estrechamente relacionadas con el fin de la organización, dando como resultado agendas cada vez más dictadas por un pensamiento que reniega los fundamentos naturales de la humanidad y las raíces culturales que constituyen la identidad de muchos pueblos”. Se trata de “una forma de colonización ideológica, que no deja espacio a la libertad de expresión y que hoy asume cada vez más la forma de esa cultura de la cancelación, que invade muchos ámbitos e instituciones públicas”.
He aquí al Papa de nuevo poniendo el foco en un tema sobre el cual pocos lideres del mundo se han pronunciado, por oportunismo o seguidismo demagógico frente a la moda identitaria.
En septiembre de 2015, cuando se presentaban los objetivos de la Agenda 2030, Francisco habló ante la Asamblea de las Naciones Unidas en Nueva York y pidió evitar “toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias”. A buen entendedor pocas palabras.
El Papa juega al juego. La diplomacia vaticana funciona de ese modo. Corresponde a los líderes locales, amparándose en esas declaraciones de Francisco, la formulación de políticas.
Sin embargo, con frecuencia sus mensajes fueron filtrados por categorías de un orden diferente a aquel en el cual actúa Bergoglio. En Fratelli tutti, Francisco lamentaba que ya no fuese posible opinar “sobre cualquier tema sin que intenten clasificarlo en uno de esos dos polos (populismo o liberalismo)”.
Lo cierto es que sus críticas al populismo (en Fratelli Tutti) fueron más lapidarias y certeras que las que pueden hacer los políticos. Francisco tomaba distancia de ambos extremos, señalando que “el desprecio de los débiles puede esconderse en formas populistas, que los utilizan demagógicamente para sus fines, o en formas liberales al servicio de los intereses económicos de los poderosos”.
Y diferenciando el populismo de la buena política, señalaba: “Hay líderes populares capaces de interpretar el sentir de un pueblo, su dinámica cultural y las grandes tendencias de una sociedad”, como “base para un proyecto duradero de transformación y crecimiento”. “Pero -advertía- deriva en insano populismo cuando se convierte en la habilidad de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder”. Y ello “se agrava cuando se convierte (...) en un avasallamiento de las instituciones y de la legalidad”.
Para superar la inequidad, es necesario el desarrollo económico, decía; “los planes asistenciales” sólo “deberían pensarse como respuestas pasajeras”, porque “el gran tema es el trabajo”.
También fustigaba “la especulación financiera con la ganancia fácil como fin fundamental”, que causa estragos. Evocaba otra defección de la política, al lamentar que la crisis financiera de 2007-2008 no hubiese sido la ocasión “para el desarrollo de una nueva economía más atenta a los principios éticos y para una nueva regulación de la actividad financiera especulativa y de la riqueza ficticia”.
El poder al servicio del bien. Es algo elemental pero que la política olvida con demasiada frecuencia. Vemos a diario, aquí y en todo el mundo, a dirigentes incapaces de armonizar sus aspiraciones personales con los intereses colectivos. Por falta de amor al prójimo, individualismo o comodidad.
El mensaje papal molesta. La reacción -canallesca- de algunos fue culpar al Papa por la pobreza… Es decir, por lo que ellos no hacen, por su incapacidad y falta de vocación de servicio.
Francisco deja una Iglesia reafirmada en la esencia del mensaje evangélico, mejor representada en su cúpula, con un reequilibrio que refleja de modo más fiel la realidad del catolicismo en el mundo. No sabemos si el próximo Papa vendrá, como él, de la periferia, pero sí que el deseo del actual pontífice es que la periferia esté en el centro de la misión.
En todos los temas, para todas las realidades y situaciones, ha dejado un mensaje, porque a la Iglesia “nada de lo humano le es ajeno”. A lo largo de su pontificado ha publicado 3 encíclicas: Lumen fidei (29 junio 2013), Laudato si’ (24/5/ 2015) y Fratelli tutti (3/10/20); cinco exhortaciones apostólicas: Evangelii gaudium (24/11/2013), Amoris laetitia (19/3/2016), Gaudete et exultate (19/3/2018), Christus vivit (25 de marzo de 2019) y Querida Amazonia (2 de febrero de 2020).
Y, a comienzos de este año, su libro “Esperanza”, que constituye una suerte de autobiografía o memorias, resultado de seis años de conversaciones con el periodista italiano Carlo Musso.
Sería esperanzador que los dirigentes políticos recogieran el desafío y emprendieran, en el plano secular, los caminos que traza el papa desde lo espiritual. Se trata de combatir la economía de la exclusión, la idolatría del dinero, poner a la persona humana en el centro de todo proyecto, cuidar “la vida como viene”...
Un programa que es universal, pero que debería interpelar a los argentinos de modo muy especial.
Los últimos consejos dados por el Papa acerca de cómo debatir en una sociedad polarizada tienen especial resonancia en nuestra realidad: no discutir con el que busca polarizar, no dejarse confundir por falsas contradicciones y decir sí a la misericordia como paradigma último, pero decirlo más con obras que con palabras.
Nos deja también a su hijo dilecto, el padre José María Di Paola, a quien ha dedicado muchos mensajes, como cuando al cumplirse 8 años de su papado, el cura villero convocó a enviarle mensajes y le llegaron más de cien mil: “Es un sacerdote capaz de movilizar gente, capaz de mover corazones simplemente porque es auténtico, lo llaman ‘el Padre Pepe’, todos lo conocen”, dijo Francisco.
Nos queda la pena de no haber podido recibirlo en la Patria. De haber venido en los primeros tiempos de su pontificado, hubiera sido apoteósico. Aventuro que se privó deliberadamente de ese abrazo admirado y de las muchas flores que entonces lo hubieran cubierto: no quiso creérsela, como decía en ese hablar porteño que jamás lo abandonó. En su austeridad y humildad proverbiales quizás lo sintió como un gesto de vanidad.
En los años siguientes, no pudo evitar la manipulación de su figura y de cada uno de sus gestos, las interpretaciones capciosas, los acercamientos interesados, y prefirió mantener distancia geográfica.
Queda a los argentinos la misión de “traer” espiritualmente al Papa a la Argentina, honrando su legado.