José, el papá de Loan, es más duro, seco, o al menos es lo que muestra, un hombre nacido y criado en ese pequeño pueblo que jamás imaginó estar en el centro de las miradas, envuelto en micrófonos, como ocurrió cuando desapareció Loan. Con pocas palabras, que a veces no parecen tener contacto entre sí, entabla diálogos que telegráficos. Admite que, de golpe, por una tragedia como es la desaparición de su hijo, se vio teniendo que dar explicaciones, teorías del caso, envuelto en operaciones políticas y la avalancha de los medios, muchas veces impiadosos y descarnados. “Yo nunca estaré preparado para esto. Yo solo tengo tristeza y dolor”, señala. “Estamos cansados de que nos usen”, agrega.

Banderas alusivas al aniversario de la desaparición de Loan Peña frente al Juzgado Federal de GoyaMarcelo Manera - LA NACION
Pasaron varios abogados en el rol de representantes de la familia en la querella, como Fernando Burlando, Roberto Méndez y, el último Juan Pablo Gallego. Ahora, al frente de la querella están Gustavo Sánchez y María Belén Russo Cornara, del estudio jurídico porteño encabezado por Alejandro Vecchi, quien representó a la familia de José Luis Cabezas, el reportero gráfico asesinado en Pinamar en 1997.
En el entorno de la familia Peña mastican fuertes recriminaciones contra Gallego, el último letrado que estuvo involucrado en la causa. Hay un punto que los irritó, que fue cuando en enero pasado el penalista dijo que “tenía reconstruido el 98 por ciento del caso”. “No hizo absolutamente nada. Y lo que hizo, por lo que nos dice gente especializada, lo hizo mal”, bramó José Peña. Solo le convenía hablar por los medios para hacerse publicidad, comentan en la casa.

José, uno de los hermanos de Loan PeñaMarcelo Manera - LA NACION
En el pueblo persisten los carteles con el rostro de Loan, pero quedan pocos. La gente de 9 de julio absorbió el miedo que irradió la desaparición de Loan, y las cosas oscuras que sospechan que hay detrás. Vanina Sánchez, de 25 años, admite que “la gente se quedó preocupada”. Pocos quieren hablar. Pablo, un jornalero de frutilla, considera que “quedó cierta paranoia en los chicos”. “Antes había muchos dando vuelta y ahora ves pocos”, asegura. Al mediodía, después de la salida del colegio, el pueblo queda desierto.
Día por medio, José Peña va a visitar a su madre, Catalina, a El Algarrobal, el lugar donde Loan desapareció después del almuerzo en el que participaron, además de él y su mamá, el capitán de navío (R) Carlos Pérez y su pareja María Victoria Caillava, Antonio Benítez, Daniel “Fierrito” Ramírez y Mónica Millapi. “Ella está sola en el campo. La voy a ayudar y a hacerle compañía”, afirma.

L
oan, minutos antes de su desaparición durante el almuerzo en la casa de su abuela CatalinaRedacción LA NACION
José no sabe conducir y lo lleva en moto alguno de los dos hijos, Mariano y José. “Yo lo único que manejo son caballos”, bromea. Aquel 13 de junio fue a caballo con Loan a El Algarrobal, donde hoy todo sigue intacto, como aquel fatídico mediodía del 13 de junio. La mesa de madera, donde se hizo el almuerzo está en el mismo sitio. El fogón, con una pava enorme, ennegrecida por el hollín. El pequeño santuario, donde Catalina prende las velas a la tarde. “¿Me trajo el diario?”, pregunta con mal talante Catalina.
Su hijo le acerca un mate enorme pintado de azul y rojo, que tiene incrustado un escudo de San Lorenzo, el club del que ella es hincha. “El chico no aparece por ella. No habla. Se va a llevar todo a la tumba”, dice sobre Laudelina, la menor de sus nueve hijos, de los cuales seis están vivos.

La jueza federal de Goya, Cristina Elizabeth Pozzer Penzo, el día de la remisión del expediente a la fiscalía de Corrientes para preparar el juicio a los imputados.Marcelo Manera - LA NACION
José tiene miedo que la casa de barro, donde duerme esta mujer, un día se derrumbe. “Hace más de 30 años levanté esa habitación. Es barro puro. No tiene ni siquiera paja”, apunta José, que dijo que le trajo un kilo de carne para que tenga comida por una semana.
La decena de vacas que están alrededor están malnutridas. Les sobresalen los huesos de las caderas y afloran las costillas. “Se me murió una la semana pasada”, dice Catalina. “Hay que matarlas antes de que se mueran todas, porque no tengo para darles de comer. Tengo que comprar sal, pero no tengo plata”, agrega. El lugar está desmejorado, a pesar de que José corta el pasto y trata de evitar que el monte avance. “A veces desmalezo con fuego, pero lleva tiempo porque hay que esperar que esté seco”, sostiene.

José Peña y Catalina, padre y abuela de LoanMarcelo Manera - LA NACION
Catalina tiene seis hectáreas, pero casi la mitad son monte, como por ejemplo el sector del naranjal, donde Loan fue con los otros niños y los mayores el 13 de junio y desapareció. “Ahora hay naranjas en los árboles”, describe José y hace todo el recorrido que hizo ese día. Repite una y otra vez los movimientos. Señala dónde estaba sentado y que luego se paró cuando vino Laudelina a avisarle que estaban en el naranjal. “Ella me engañó, pero cómo iba a saberlo. Habíamos terminado de comer y es mi hermana”, aclara.
“A veces estoy triste y me cuesta levantarme. Pienso en el chiquito. Nada será igual”, dice Catalina y aviva el fuego con un cartón para calentar agua en la pava enorme totalmente tiznada. Debajo de un árbol hay tres botellas verdes de ginebra Llave. El lugar que hace un año estaba repleto de rescatistas y centenares de agentes de las fuerzas de seguridad y periodistas, hoy está desierto, y la anciana sola en el campo, como repite: “Con mis fantasmas”.
Por Germán de los Santos
fuente: LA NACIÓN